Por fin llegó el desconfinamiento a España.
Tras más de dos meses de aislamiento domiciliario masivo, desde finales de junio los sistemas de vigilancia sanitaria confirman generalmente menos de 100 casos diarios de SARS-CoV-2 en España. Además, la mayoría son asintomáticos.
¡Cuánto echábamos de menos lo que teníamos!
Y han vuelto los desplazamientos al trabajo, las salidas de fin de semana y los viajes de vacaciones.
Estar fuera de casa ha sido irrefrenable y, en cierto modo, nos ha hecho olvidar que el coronavirus todavía está aquí.
Brotes de covid-19 a pesar del calor
Como no podía ser de otro modo, han empezado a comunicarse brotes de covid-19 pequeños y otros mayores en todo el país. Es la consecuencia inevitable de los desplazamientos, con intercambio de población y afluencia de extranjeros, ya sean turistas, jornaleros del campo o llegados en pateras.
Eso implica que en verano la realización de actividades en espacios abiertos y el efecto desinfectante de la exposición solar prolongada ayudan a reducir los contagios.
Son beneficiosas, además, las medidas aprendidas sobre distanciamiento social, con uso de mascarillas, higiene de manos y minimización de contactos interpersonales (abrazos, besos, etc.).
Todo ello hace que la exposición a inóculos grandes sea ahora infrecuente.
Inmunización de población no vulnerable
Es muy improbable que antes de Navidad esté disponible una vacuna protectora de la infección por SARS-CoV-2.
De igual modo, es inevitable que haya brotes de casos hasta que se alcance un umbral suficiente de protección en la población, esto es, la inmunidad de rebaño. Las nuevas estimaciones cifran en menos del 50% esa proporción de inmunizados de forma natural que es necesaria para frenar la epidemia.
Por los tests de anticuerpos, sabemos que no más de un 5-10% de la población española se ha infectado por SARS-CoV-2. Sin embargo, esto excluye las residencias geriátricas, además de que esta cifra asciende al 20-25% en grandes ciudades como Madrid.
Los brotes actuales afectan sobre todo a personas más jóvenes, y la proporción de casos graves y la mortalidad son muy bajos (inferior al 0,5%). Nada que ver con lo que ocurrió en marzo y abril, durante la primera ola del tsunami, cuando la covid-19 hizo estragos entre la población más vulnerable, sobre todo en ancianos y en las residencias geriátricas.